Primer
Concurso
de Microcuentos del Fondo

¡Gracias a todos por compartir sus pequeñas grandes historias con nosotros en el Primer concurso de microcuento del Fondo!

Premiación

En el auditorio Bolívar Echeverría, convocamos a los 20 finalistas para que presentaran sus microcuentos en voz alta ante el jurado calificador. A continuación, se llevó a cabo la ceremonia de premiación, donde se reconoció a los tres ganadores y se otorgó una mención de honor.

El jurado calificador estuvo compuesto por Elsy Santillán Flor, David Sánchez Santillán y Yanier H. Palao.

Primer lugar

Santiago Rubio

Segundo lugar

Gerald Espinoza

Tercer lugar

Diego Enríquez

Mención de Honor

Hugo Palacios

Finalistas

Recibimos más de cien postulaciones en la primera convocatoria, y tras una cuidadosa selección, elegimos a 20 finalistas. Nos llena de orgullo reconocer el talento de estos finalistas, cuyos trabajos lograron cautivar al jurado calificador. Queremos dedicar este espacio a ellos, para que todos los interesados puedan disfrutar y maravillarse con sus microcuentos.

Conoce A Los 20 finalistas

Descubre el encanto de estas narraciones

¡Responsable! (O quién paga por…)

Por Santiago Rubio

La madre resentiría el evento: el padre volcó el plato de comida aún caliente sobre el mantel y se marchó; su hijo lo enderezó con desesperación. Antes de que su madre lo viera, intentó colocar todo dentro… en orden. Casi logra la impostura, de no ser porque el plato estaba ya muy roto.

Quito 2053

Por Gerald Espinoza
 

Es la primera ciudad que ha erradicado por completos los libros en papel y en formatos digitales. Las bibliotecas y librerías se fueron extinguiendo año a año por la falta de interés. Ya este bonito lugar ha adoptado el sistema Cobo, donde se prohíben los autores profesionales y editoriales independientes.  En este sistema todos pueden escribir sus libros y todos pueden tener acceso, comentarles y premiarles con puntos, con tal que sean de un máximo de 600 palabras y solo puede contar de sus comidas, sus amigos, el trabajo y sobre sus mascotas. Se espera que esta medida sea más eficiente para que los quiteños puedan alcanzar sus metas y sueños más inmediatos, que se acabe así por completo las distracciones con la fantasía.

O-culto

Por Diego Enríquez

Era forastero. Conducía una camioneta Chevrolet Luv, negra, doble cabina con los vidrios polarizados. El tránsito fluía lentamente. Bajó la mirada y observó que, según el GPS de su teléfono celular, se encontraba en la Av. Patria, cerca de la Av. 6 de Diciembre. Levantó la mirada hacia su lado derecho y observó un mural con muchos rostros que le parecieron piratas. Avanzó unos pocos metros. Encendió la radio del vehículo y el presentador del noticiero vespertino anunciaba las 13h17 minutos. El sofocante sol y la larga cola de autos aumentaron sus palpitaciones. Su cabeza giró al lado izquierdo y observó una cartelera de cine que decía: «Sala Alfredo Pareja: Cine Francés. Hoy Los Miserables», y recordó sus tiempos de mal estudiante cuando su maestra le habló de una novela con ese título. Nuevamente escuchó al presentador: “Son las 13h22”. Con su brazo derecho se secó el sudor de la frente, mientras seguía escuchando: “En otro tema, un sujeto armado asaltó una entidad bancaria al nororiente de la capital”. Al frente suyo un policía lo detuvo para una revisión de documentos. En tanto que: “El antisocial huyó en una camioneta Chevrolet Luv, negra, doble cabina con los vidrios polarizados”.

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Venganza de siete vidas

Por Hugo Palacios
 
Mientras leía Metamorfosis en su cama, él, escultor, se imaginaba convertido en algún insecto gigante, tal como le ocurrió al personaje de Kafka. Una novia, con la que llevaba ocho años de relación, lo había abandonado por un poeta que se creía la reencarnación de Rimbaud, y ese hecho lo había deprimido al punto de pensar en el suicidio. En su computadora se escuchaba la voz de cuchillo filoso de Chavela Vargas, esa señora que cantaba para purificar las penas. Lo que más le dolía era que estaba esculpiendo -en secreto- el rostro de su ex en arcilla. Ahora solo pensaba en venganza. Justo cuando quiso levantarse, Borges, el amado gato albino de ella -que tenía problemas de visión- se le acurrucó en el pecho. Se lo había encargado hasta que regresara de su luna de miel con su nuevo amor. A la semana siguiente, ella llegó y solo encontró una carta, junto a unos cuentos de Allan Poe en el velador que decía: «Borges está en el baño, empotrado en una de las paredes. Por cierto, puedes llevarte tu escultura».

Emergencias

Por Marlo Brito

En la sala hay once pacientes, siete en camas, cuatro apilados en sillas. Atrás, un enjambre de cables asciende desordenado a las bolsas de suero. Los pacientes sedados, agotados, rendidos. Los de las sillas cabecean evitando caer al piso. Unas enfermeras llenan formularios, otras recorren por cada cama o silla, no hay dinero para imprimir sus nombres. Es media mañana, no dormí nada, tomo una silla vacía, cierro los ojos unos minutos, los abro y veo nuevas caras desorientadas. Una muchacha diagnosticada con sobredosis necesita mi silla, la inducen al vómito, la logran regresar a la vida, al caos de la sala 2. Su familiar les dice que fue médico en este hospital años atrás. Como por arte de magia, la enfermera transforma su irascibilidad en sumisión, como si se tratara del modesto conscripto frente al capitán del pelotón. En la cama contigua un paciente enorme muestra su rostro rebosante de alegría. Por su acento, parece del Valle del Chota. Si pusieran en la radio un son, seguro invitaría a bailar a todas las enfermeras. Pasan las horas y llegan muchos más pacientes. Una enfermera pide desesperada una cama en otra sala. Escucho la respuesta: no hay camas disponibles.

En el bote

Por Yuliana Barrientos
 
Con una mano en el agua en lo profundo del bosque disfrutaba del sol,  veía a las aves y empecé a pensar en mí futuro pero la marea se agitó.
De pronto escuche un graznido que se transformó en voz. 
-Al patio señores.
El guardia abrió la celda y la realidad me golpeó en silencio me levanté y doble mi libro en la pág. 72.

1949

Por Diana Illanes

Es un mar de gente. Corren por la Chile, por la Pichincha, por la Cuenca, por la Venezuela, por la Rocafuerte, por la Guayaquil. Desde San Roque, San Blas, San Juan, San Diego, San Marcos. Todos huyen despavoridos. Se autoexiliaron del Crack, de El Murcielagario, de la Cueva del Oso, del Salón del Quintana o de la Cantina de Don Angelito y mallorca en mano corrieron sin rumbo fijo. Hasta la nocturna salinidad quiteña del “Loro” Miño, el “Gordo” Flores, el “Huevas” Yépez, el “Sordo” Piedra, el “Trompudo” Miranda, el “Chulla” Silva, el “Bocón” Zaldumbide, el “Terrible” Martínez, el “Titiurquis” Viteri, el “Lluqui” Endara, vestidos de palidez, apretaban sus pasos. Los ancianos, las mujeres, los niños, los neonatos, los batatos, los ingratos, los pacatos, los mojigatos, con su arrepentimiento a cuestas, inundaron la ciudad. Minutos antes, la multifacética voz de “Loco” Páez había resonado por los Telefunken: ¡Nos invaden los marciaanooooos!

El amiguito

Por Hugo Dávila

—¿Qué tienes en la mano? —le preguntó su madre.

—Nada —respondió la niña mientras escondía la mano.

—No mientas. Sé que escondes algo. Déjame ver.

La niña algo timorata estiró la mano y mostró lo que escondía.

—Aún respira —aseguró su mamá—. Regresémoslo al libro.

El último capítulo

Por Denisse Pepinós

Se le quedo pegada la voz en la garganta, no pudo pronunciar ninguna palabra, lo que le dio más miedo fue haberse dormido con su libro en el pecho, como si tuviera que posponer el fin para no morir junto con él.

La biblioteca

Por Carlos Paredes

Fui a la biblioteca el primer sábado de abril.
Me sentí desconfiado cuando no me cachearon al entrar; ni me pasaron el detector de metales manual.
Casi me hacen bajar la guardia con esa falsa amabilidad.
Pero vi sus oscuras intenciones al señalar el registro de visitas.
Soy un número de cédula para ellos, nada más.
¿Dónde está usuario? ¿Porqué nombre está primero antes que el número? ¿Qué es este lugar?
— Es un lugar donde puedes sentarte. Y nadie te pedirá que te levantes porque tu tiempo de consumo acabó. O que necesiten el asiento para otros clientes. Aquí no hay clientes.
Dijo alguien, antes de irse.
Arranqué un papel, me limpié las lágrimas y lo tiré al piso sin más. Me acostumbré a botar basura. Pero esta vez, me levanté a recogerlo, no se muy bien porque, sentí que ensucié algo «mío».

¿Y si tu verdadero yo es el de tu reflejo?

Por Lorena Estévez

Al doblar la esquina, mi paso ligero se detiene ante un escaparate. ¿Y si tu verdadero yo es el de tu reflejo? Así dice la portada del libro exhibido. Y en efecto, ahí estoy yo, al otro lado de su soporte de vidrio.
Un impulso, incontenible, me conduce al interior de la librería. Lo busco, desesperadamente, entre los estantes y lo pago en la caja. Salgo, y en la banca de un parque me dispongo a leerlo. Paso sus páginas con avidez y zozobra.
De repente, los árboles desaparecen. Las risas de los niños y el canto de las aves se apagan. Me encuentro en otro lugar y tiempo. Las carrozas cortan el silencio con el taconeo de los caballos que las arrastran. Y parece que acá también tengo prisa porque me abro camino entre la multitud, furiosamente.
Y vuelvo a la misma esquina. Otra vez la vidriera. En esta ocasión ignoro al libro pero no a mi reflejo. Me miro con sombrero y traje. Me siento bien, me gusta lo que veo. No entro, no compro, ni voy al parque. Me quedo en este viaje sin boleto de regreso.

Invención de un apellido

Por Camilo Reascos

Una tarde soleada, finales de septiembre, año 1901. El indio comunero Yarik ha venido a Quito desde Mulaló para demandar al terrateniente Diego Núñez. El motivo, una minucia, apropiación ilegítima de tierras comunales.
En la oficina de Justicia, el señor Magistrado (en realidad un secretario) le informó que no puede proceder, pues no consta inscrito en el flamante Registro Civil. Se le ordenó registrarse.
El Registro Civil está lleno de cajas. No contienen folios, sino adornos: se va a festejar pronto el primer año de vida institucional. Al comunero Yarik le llega su turno con el burócrata:
— Señor alférez, dé tomando las huellas. Rapidito. Gracias… A ver, ¿Nombres y Apellidos?
Yarik recuerda que su nombre “de pila” es Neptalí. No es así como le llaman, pero es el nombre que le puso el cura en el bautizo. ¡No se inscriben nombres indígenas en los libros parroquiales! Sin embargo, no tiene apellido. En medio del silencio, se arriesga:
— Neptalí es.
— ¿Y el apellido?
— … chaylla, Neptalí nomás.
— Señor alférez, dé llevando al registro. Acta ciento veintisiete del folio ciento dos, de Neptalí Chaylla.
El indio comunero Yarik regresó sin demanda, pero con apellido ante la ley.

Tadeo carabalí

Por Martín Villalba

Esta vez, el pobre negro no sabía por qué le habían pegado tanto. Normalmente el castigo eran veinte azotes por robarse un costal, pero a él le habían pegado como por haberse robado cien. O al menos eso creía, porque nunca aprendió a contar ni a leer. Solo sabía garabatear su nombre, todo en minúsculas, agarrando torpemente la pluma con todo su puño izquierdo. Capaz le habían pegado por esa vez que el hijo del patrón tuvo que lanzarse al río para que él no muera ahogado. Capaz el patroncito ya se había dado cuenta de que él se quiso escapar y que no fue que se cayó por querer bañarse. O capaz le pegaron por haberle sacado a bailar sabroso la bomba a la hijita del patrón en la fiesta de la Virgen de las Nieves. El patrón no puso cara de contento, pero bien que la patroncita se divirtió bastante. O por ahí alguna doña envidiosa fue a contar que se sacaba a escondidas guarapo del trapiche para luego tomarse con los amigos. Capaz era eso. Aunque ya ni se acordaba por qué le habían pegado esta vez, ni qué tanto mismo fue que le pegaron.

Osos cruzando

Por Nicolás Ramírez

El ocaso exhalaba sus últimos azules, cuando emprendimos la caminata, y para cuando el ruido del poblado se ahogó a nuestras espaldas, ya el cielo estaba lleno de luna y tenía estrellas colgadas por todas partes.

– ¿No te sientes como en un sueño?                 

Le preguntaba, unos pocos metros detrás de mí, Alejandrito Peña a Válery, y ciertamente, a esa hora, en el páramo, diríase que moría la vigilia una muerte lenta, como una larga duermevela, y que de las entrañas de la noche, nacía el ensueño sangrando enigmas.

Al quinto kilómetro, optamos por una breve pausa, “para que Válery, que era guayaca, recuperara el aire”, aunque era claro que los tres lo necesitábamos. “Osos cruzando” rezaba el rótulo de al lado del que anunciaba la distancia recorrida:

–Pero yo nunca he visto uno.

En un instante mucho menor a un segundo, cabe todo el terror de la vida ante la muerte: vi a Valerita desangrándose a un lado del camino y a dos cobardes huyendo despavoridos; vi a dos valientes sacrificando sus vidas para que Valerita salve la de ella; nos vi a los tres muertos…

 

Afortunadamente, el fatídico segundo pasó y…

 

oso cruzó.

El precio de la memoria

Por Alejandro García

Nací un día cuando el sucre ya no circulaba. Mis ahorros eran un engaño de mi abuela; ella solo se deshacía de memorias inútiles de un pasado que no iba a volver, mientras me daba algo que yo imaginaba con valor. Mi abuelo, abrazando un pasado mejor, en Navidad me regalaba diez sucres, que eran diez dólares camuflados en el pasado. Todavía ahorro en sucres, esperando que mi recuerdo les traiga de vuelta.

Frascos

Por Camila Gil

-¡Despierta, despierta!-

-¿Qué sucede?-

-Ocurrió de nuevo, apareció otra vez uno de esos en la mesa del comedor-

Pero no entiendo, estoy haciendo mis respiraciones cronometradas para perder los recuerdos recientes, según las instrucciones de un libro sobre problemas de la conciencia . Estoy caminando hacia atrás antes de irme a la cama como me sugirió el vidente. La vecina me susurró en el parque, cuando me vio uno de esos en el bolsillo de la mochila, que tomara ibuprofeno cada dos horas.

 En fin, ya no sé qué más hacer para que no ocupen más espacios de la casa. Los coloco todos los días en la sección de vidrio de los contenedores de colores y después veo a los gatos callejeros comiéndose el contenido.

-Eso es horrible-

-Depende de la perspectiva-

-¿Cuándo fue la última vez?-

Hace una semana exactamente, me tropecé al subirme a un autobús y por la noche había uno de esos frascos con la textura del borde de la escalera con la que me golpeé en la mañana. Cada vez es peor, al menos antes  contenían órbitas, molinos de viento, gatos negros, escarabajos de oro; ahora solo aparecen perfumes de ascensores y salas de espera.

Prosa en droga

Por Santiago Ríos

nuevamente me dirigí al «distrito de los lokos», el último alucinógeno me dejó fascinado, necesito otro viaje al interior de mi mente para descubrir exquisitos parajes; en el teleporter, mi retina no dejaba de enfocarse en las caras absortas de la gente, todos prestando atención a sus ‘nimiedades digitales’, ¡cómo han involucionado los sapiens! ahora más importa tener un microchip injertado en la frente; cuando llegué al otro distrito, deambulé un rato por las plazas rancias del manicomio, había llovido y en las piedras se reflejaba el paso alegre e iluminado de los «lokos»; me senté y esperé…

—¿te ha seguido alguien hasta aquí? —inquirió segroB

—nadie —asentí—, ni un solo gendarme me ha visto

—¿cómo te fue con el anterior? ¿difícil de comprender?

ufff de maravilla, ese «caballero de la triste figura» enardeció mi espíritu

—bien, bien; este es uno nuevo, se me acabaron los barrocos, pero sí te ha de gustar, querido setneuF

 cuando llegué a mi casa, me recosté plácidamente en el diván; tomé el alucinógeno con la jeringuilla, y la clavé gradualmente en mi sien; cuando impregnó totalmente mis neuronas, un eco interior —de acento magdalenense— habló: «…frente al pelotón de fusilamiento…»

Brandy ha decidido morir

Por Fabián Flores

Mis amos me bautizaron Brandy, no lo sé, tal vez por pequeño, oscuro y fino como un carajillo de café con brandy de Jerez.

Resuena un decadente blues en esta extrema lluvia andina, parece un heroico final. No es ningún melodrama existencial ni una crónica de amantes inconclusos; Fui entrenado para la supervivencia; Pero un anacoreta estoico que optó por el retiro sabe, que un día como hoy, se comanda con el rostro descubierto.

La verdad, nunca me llevé demasiado con el resto de mis compañeros caninos, pero cuando les secuestraron y desaparecieron en conspiración de una caterva de vecinos y municipales; Creo por vez primera experimenté indignación; Este mundo es de los que son lo suficientemente rápidos para escapar.

Y debo admitirlo, la especie humana nunca ha sido de mi confianza. Aunque el pesimismo de un Séneca o un Pérez Reverte, incluido Pessoa por supuesto, me causaba un respeto por lo que ellos llaman historia. También sentía curiosidad con Corso; Apurado llegaba con alimentos, las mañanas si había sol o las tardes si eran de neblina; A veces cargaba consigo algunos libros antiguos, despiadado cazador de rarezas bibliográficas, nunca supe demasiado que hacía con ellos.  

La sopa de la abuela

Por Bryan Guarnizo

La policía de sorbos acude con la línea y el punto quemándose en mi sangre. Rebuscan en mi memoria, esos primeros años que conocía la clave musical de la cuchara y el crujir de fantasías en mi cuerpo. Donde la “H” ya no es muda de tantas “A” que decía siendo tiburón del aire. «Venga mijito, tómese una sopita.» Cómodo espero su tarde cafetera y llaman a mi consciencia sus galletas de exploradora. Cae su mano en mi hombro: es una paloma arriba en el tiempo cociendo horizontes. Ahora que preparo su receta, yo creo que esta aquí, palabra en las palabras, quipus bajo tierra, pausa entre las rosas giradas del mesón familiar y Toda, con su ronca voz, repitiéndome: cómete los vegetales y no me rezongues.

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